jueves, 2 de septiembre de 2010

Con trampa y cartón

Jean Dubuffet -Banda de Jazz- 1944
Las palabras Art Brut son la traducción al inglés del término dado a luz por Jean Dubuffet en 1945.
El mismo Dubuffet se arrepintió de este nombre. En 1976, en una entrevista con John McGregor, Dubuffet dijo que la primera vez que habló de Art Brut, tenía cierta prisa por escribir un artículo y no sentía por la palabra Arte la aversión que llegó a sentir después.

Arte es una palabra demasiado grande, demasiado llena, es una especie de saco donde metemos más y más cosas.

El Arte grandilocuente de lo sublime, en el que el artífice se eleva a la categoría de genio, constituye gran parte de lo estudiado como tal en occidente desde el Renacimiento hasta principios del siglo XX. Y diría que en realidad hasta hoy.

El Art Brut está en el otro extremo del saco. Es todo lo contrario a sublime, es íntimo; mira hacia el recoveco profundo en lugar de mirar hacia el Olimpo. Comparar el Art Brut con el Arte de los genios y las grandes obras maestras, es como comparar el Jazz con la Ópera.

Dubuffet llegó a definir las obras de Art Brut como trabajos ejecutados por personas indemnes a la cultura artística.

Él no era indemne. Estudió dos años en la escuela de Bellas Artes de Le Havre y seis meses en la célebre académie Julien. Y estoy segura de que durante años visitó museos y galerías, y de que continuó leyendo libros de arte. Esta formación no le pudo dejar indemne, por mucho que él quisiera.

Quizá sin esa cultura artística nunca se hubiera llegado a interesar por estas creaciones al margen de la corriente.

Estas manifestaciones, obras, trabajos, creaciones... fuera de convencionalismos y de academicismos, son estudiadas por académicos, artistas, licenciados, que se disculpan (nos disculpamos) por ser lo que somos, avergonzados ante el fruto desnudo y conmovedor de un alma sin cortapisas.

Nos sentimos tramposos, llenos de artificios, faltos de sinceridad... Pero no importa, no vayamos a ir contra nosotros mismos y a sentir aversión, como el otro... Y tomemos, explotemos, esa sinceridad íntima, esa intimidad sincera de aquella parte escondida que nunca ha sido alcanzada por el "así debe ser".

Gema Hernández

miércoles, 1 de septiembre de 2010

… Un conejo blanco

El título de esta entrada es una respuesta a la pregunta que plantea el título de la película documental ¿Qué tienes debajo del sombrero? que Lola Barrera e Iñaki Peñafiel dirigieron en 2.006.
El conejo blanco no es otro que la artista Judith Scott, responsable en gran parte, del interés de este clan por el Art Brut, y que nos guió (y sigue haciéndolo) por sus extrañas grutas, como a Alicia el suyo.

Cuando ví esta película por primera vez, no pude dejar de sentir que el comportamiento de los enfermos y su trabajo tenía mucha más consistencia moral que el del personal en torno a ellos. La sensación subsiste un poco todavía. Me siguen pareciendo más coherentes y afianzados en la realidad ellos, con sus torpes movimientos y sus quehaceres, que toda la plétora de médicos, psiquiatras y galeristas, que revolotean a su alrededor con una laxitud, en contraste insoportable. Excepción sea hecha de algún instructor, que a pesar de estar cuerdo y sano, se expresa como una persona bastante lúcida.

En cuanto a Judith Scott, su misma manera de pelar un plátano atestigua que hace las cosas a su manera. Esa urgencia por juntar objetos, enmadejarlos todos juntos y asegurarse de que no se suelten, de protegerlos, de amortiguarlos de los golpes, de esconderlos en un abrazo apretado de lana y cintas, le sobreviene seguramente debido a su sordera congénita, ya que no dispone de lenguaje (ni siquiera del de signos) para envolver la realidad, para rondarla, domesticarla y suavizar sus aristas. Exactamente como hace con su cabeza; atarla y fijarla con una bufanda y luego el sombrero, a salvo de las miradas indiscretas y de quien pudiera arrebatarle lo que tiene y lo que es. A pesar de no poder nombrarlo para fijarlo, lo puede retener así, simbólica y literalmente, debajo del sombrero.

El artista tetrapléjico Carl Hendrickson tiene también una obra interesantísima. Casi no puede moverse, pero lentamente y con ayuda del maestro, se fabrica sillas y una pequeña casa a la exacta medida de sus proporciones y movimientos. El mundo no le acoge, así que, como un caracol, construye lenta pero eficazmente una concha que le ampare.

Por último, el pimpollo que sale al final también merece mención especial. De esos que ostentan la credencial de artista como si fuera un título aristocrático. Genial. En su sonrojo podemos vernos retratados nosotros un poquito.

Raquel Reinoso


¿Qué tienes debajo del sombrero?
Lola Barrera e Iñaki Peñafiel, 2.006