viernes, 30 de marzo de 2012

¿Quién mueve a quién? (o una aproximación al intervencionismo)

Intervenir es igual a entrar y salir de una habitación, a gritar en el interior de un túnel o a visitar una a una las estancias de un edificio abandonado. Es decir, intervenir es movimiento.
Bien lo sabía, y nos aleccionó a todos, Einstein, cuando argumentó que un objeto en movimiento actúa sobre un espacio transformándolo. Son la masa y la energía las que definen un espacio. ¡Y todos pensando que el espacio era una gran sala de juegos donde corríamos y sincronizábamos los relojes!
De hecho, intervenir es algo natural. Los niños intervienen en las paredes de su hogar con dibujos, manchas o garabatos, para desgracia de sus padres. El artista, antes que el arte, por paradójico que resulte, intervenía espacios naturales (pensemos en el arte rupestre) y no sólo a través de pinturas realizadas en cavernas o abrigos rocosos, sino transformando el espacio en un lugar sagrado con poder para influir sobre el exterior.
El arte moderno, después de cortar las manos al artista y renegar de su autoría, ha reinventado el termino intervención en un intento de aprehender de nuevo la realidad y situarse en ella. Se han intervenido objetos, obras de arte, cuerpos, puentes, sótanos, libros, revistas impresas, museos, espacios públicos… hasta pequeñas islas han sido rodeadas y artificialmente delimitadas (Surrounded Islands, Jeanne-Claude y Christo)
Creo que intervenimos porque necesitamos dialogar, ya sea con nuestra memoria, con la de los otros o con nuestro entorno. Y como me gustan especialmente los espacios pequeños e íntimos de los libros y de las imágenes, voy a comentar a continuación la obra de tres artistas.
Kunizo Matsumoto (Osaka, 1962), trabajaba fregando platos en un restaurante de un pariente cuando descubrió su gran pasión: los signos tipográficos. Discapacitado intelectual con síndrome de Down, no sabe leer ni escribir, reutiliza material impreso que recoge a su paso. Su obsesión le lleva a construir un lenguaje repleto de ideogramas que copia de forma obsesiva o reinventa generando signos nuevos.
El sentido que tiene la palabra escrita para Kunico está más allá del uso habitual del lenguaje.

Otro artista que me fascina es Josef Heinrich Grebing (Magdeburg, 1879 - Grafeneck, 1940). Hombre de negocios que, tras hacerse manifiesta su enfermedad, fue recluido en una institución psiquiátrica y, posteriormente, asesinado por los nazis.
Construía enigmáticos listados, extraños elementos y dibujos sobre sus antiguos libros de contabilidad. Buscaba hallar un orden nuevo del mundo o quizá generar el reflejo de un nuevo mundo que se ordenaba en su interior. 


Arnulf Rainer (Baden, 1929) es un artista que quizá no podamos encuadrar dentro del movimiento art outsider de forma ortodoxa, aunque, personalmente, creo que su trabajo guarda demasiadas afinidades con este tipo de arte, tanto por el impulso que lo motiva como por la realización.
Ejemplo de ello son sus libros manipulados y las series fotográficas sobre retratos y autorretratos intervenidos con trazos de color. El retrato es amordazado en un gesto violento hasta arrancar de él la expresión que esconde. En algunas de estas composiciones juega con el doble sentido, acentuado en el título, acercando su obra al terreno del surrealismo.  


Mar Lozano 
(interviniendo a marlo)

viernes, 23 de marzo de 2012

Art brut de cuaderno

El cuaderno es un espacio de pruebas, un universo abigarrado, un ámbito íntimo en el que uno no hace las cosas para mostrarlas (aunque luego las muestre) sino para entenderlas.

El cuaderno es un terreno bien abonado para el art brut.

El cuaderno es un pequeño laboratorio de demencias, de sensibilidades desprovistas de intención y de intenciones desprovistas de protocolo.

Aquí mostramos algunas páginas de los cuadernos de uno de nuestros favoritos: Wölfli.



Adolf Wölfli fue un demente. Permaneció aislado, internado en un centro, gran parte de su vida. Era un peligro, un degenerado.
No había dibujado en su vida, y desde que lo encerraron no hizo otra cosa. Llenaba todos los papeles que caían en sus manos con infinidad de trazos ordenados, rítmicos, fabulosos… Empezó a dibujar música. Inventó su propia forma de representarla y escribió papeles y papeles, cuadernos y cuadernos, con la explicación ininteligible de cómo debía ser interpretada esta música.
Él mismo la interpretaba. Utilizaba como instrumento la propia partitura, enrollándola en forma de trompetilla y poniéndosela en la boca.
Sus dibujos son maravillosos. Un estudio detallado de un mundo interior completamente aparte.

Wölfli fue un demente. Un completo inadaptado con las peores consecuencias que esto puede tener. Un hombre cuyo universo se encontraba trágicamente con la realidad en total incomprensión y reacción violenta. Necesitó ser aislado, separado de esta realidad, de este entorno externo y hostil, con un cuaderno tras otro, para poder quedarse a solas con su mundo e irse desprendiendo de él, cuaderno a cuaderno.

El art brut no necesita dementes, aunque se nutre de demencias, sino cuadernos.

Gema Hernández