miércoles, 18 de abril de 2012

El cuerpo como lienzo y materia


Hans Sylvester fotografió a las tribus que se asientan alrededor del río Omo. Un valle situado entre las fronteras de Etiopía, Sudán y Kenia.
Trabajan sobre sus cuerpos como si fuesen una prolongación más de la tierra, del aire, del fuego, del mundo que les rodea. La piel como un campo de juego, de experimentación. Una pizarra donde escriben sobre su relación con los demás, su posición personal o su estado anímico. Suelen cambiar su atuendo dos y tres veces al día siguiendo el movimiento natural de los sucesos. Pueden llegar a infringirse escarificaciones y mutilaciones como gestos de fortaleza, de valentía y de elegancia.
El cuerpo pasa a ser máscara, que no esconde sino que muestra, elemento mimético, arma de seducción, abrazo que abarca el exterior y el interior.
Me gustaría mostrar algunas de sus fotografías por dos motivos: por el simple placer de compartirlo y volverlo a ver, y porque creo que dichas manifestaciones acercan el art outsider a los límites más extremos y vitales. Aunque hablar de art outsider viendo esto, alejado de la conceptualización  que nosotros imponemos a las cosas, y que por supuesto ellos desconocen y no necesitan, carece de sentido.
Quizá solo haya que dejarse seducir.
Mar Lozano
(pintando a marlo)


 

Adjunto un interesante artículo publicado por Rafael Pola para El mundo: Viaje a la tierra de las tribus olvidadas


viernes, 30 de marzo de 2012

¿Quién mueve a quién? (o una aproximación al intervencionismo)

Intervenir es igual a entrar y salir de una habitación, a gritar en el interior de un túnel o a visitar una a una las estancias de un edificio abandonado. Es decir, intervenir es movimiento.
Bien lo sabía, y nos aleccionó a todos, Einstein, cuando argumentó que un objeto en movimiento actúa sobre un espacio transformándolo. Son la masa y la energía las que definen un espacio. ¡Y todos pensando que el espacio era una gran sala de juegos donde corríamos y sincronizábamos los relojes!
De hecho, intervenir es algo natural. Los niños intervienen en las paredes de su hogar con dibujos, manchas o garabatos, para desgracia de sus padres. El artista, antes que el arte, por paradójico que resulte, intervenía espacios naturales (pensemos en el arte rupestre) y no sólo a través de pinturas realizadas en cavernas o abrigos rocosos, sino transformando el espacio en un lugar sagrado con poder para influir sobre el exterior.
El arte moderno, después de cortar las manos al artista y renegar de su autoría, ha reinventado el termino intervención en un intento de aprehender de nuevo la realidad y situarse en ella. Se han intervenido objetos, obras de arte, cuerpos, puentes, sótanos, libros, revistas impresas, museos, espacios públicos… hasta pequeñas islas han sido rodeadas y artificialmente delimitadas (Surrounded Islands, Jeanne-Claude y Christo)
Creo que intervenimos porque necesitamos dialogar, ya sea con nuestra memoria, con la de los otros o con nuestro entorno. Y como me gustan especialmente los espacios pequeños e íntimos de los libros y de las imágenes, voy a comentar a continuación la obra de tres artistas.
Kunizo Matsumoto (Osaka, 1962), trabajaba fregando platos en un restaurante de un pariente cuando descubrió su gran pasión: los signos tipográficos. Discapacitado intelectual con síndrome de Down, no sabe leer ni escribir, reutiliza material impreso que recoge a su paso. Su obsesión le lleva a construir un lenguaje repleto de ideogramas que copia de forma obsesiva o reinventa generando signos nuevos.
El sentido que tiene la palabra escrita para Kunico está más allá del uso habitual del lenguaje.

Otro artista que me fascina es Josef Heinrich Grebing (Magdeburg, 1879 - Grafeneck, 1940). Hombre de negocios que, tras hacerse manifiesta su enfermedad, fue recluido en una institución psiquiátrica y, posteriormente, asesinado por los nazis.
Construía enigmáticos listados, extraños elementos y dibujos sobre sus antiguos libros de contabilidad. Buscaba hallar un orden nuevo del mundo o quizá generar el reflejo de un nuevo mundo que se ordenaba en su interior. 


Arnulf Rainer (Baden, 1929) es un artista que quizá no podamos encuadrar dentro del movimiento art outsider de forma ortodoxa, aunque, personalmente, creo que su trabajo guarda demasiadas afinidades con este tipo de arte, tanto por el impulso que lo motiva como por la realización.
Ejemplo de ello son sus libros manipulados y las series fotográficas sobre retratos y autorretratos intervenidos con trazos de color. El retrato es amordazado en un gesto violento hasta arrancar de él la expresión que esconde. En algunas de estas composiciones juega con el doble sentido, acentuado en el título, acercando su obra al terreno del surrealismo.  


Mar Lozano 
(interviniendo a marlo)

viernes, 23 de marzo de 2012

Art brut de cuaderno

El cuaderno es un espacio de pruebas, un universo abigarrado, un ámbito íntimo en el que uno no hace las cosas para mostrarlas (aunque luego las muestre) sino para entenderlas.

El cuaderno es un terreno bien abonado para el art brut.

El cuaderno es un pequeño laboratorio de demencias, de sensibilidades desprovistas de intención y de intenciones desprovistas de protocolo.

Aquí mostramos algunas páginas de los cuadernos de uno de nuestros favoritos: Wölfli.



Adolf Wölfli fue un demente. Permaneció aislado, internado en un centro, gran parte de su vida. Era un peligro, un degenerado.
No había dibujado en su vida, y desde que lo encerraron no hizo otra cosa. Llenaba todos los papeles que caían en sus manos con infinidad de trazos ordenados, rítmicos, fabulosos… Empezó a dibujar música. Inventó su propia forma de representarla y escribió papeles y papeles, cuadernos y cuadernos, con la explicación ininteligible de cómo debía ser interpretada esta música.
Él mismo la interpretaba. Utilizaba como instrumento la propia partitura, enrollándola en forma de trompetilla y poniéndosela en la boca.
Sus dibujos son maravillosos. Un estudio detallado de un mundo interior completamente aparte.

Wölfli fue un demente. Un completo inadaptado con las peores consecuencias que esto puede tener. Un hombre cuyo universo se encontraba trágicamente con la realidad en total incomprensión y reacción violenta. Necesitó ser aislado, separado de esta realidad, de este entorno externo y hostil, con un cuaderno tras otro, para poder quedarse a solas con su mundo e irse desprendiendo de él, cuaderno a cuaderno.

El art brut no necesita dementes, aunque se nutre de demencias, sino cuadernos.

Gema Hernández

jueves, 2 de septiembre de 2010

Con trampa y cartón

Jean Dubuffet -Banda de Jazz- 1944
Las palabras Art Brut son la traducción al inglés del término dado a luz por Jean Dubuffet en 1945.
El mismo Dubuffet se arrepintió de este nombre. En 1976, en una entrevista con John McGregor, Dubuffet dijo que la primera vez que habló de Art Brut, tenía cierta prisa por escribir un artículo y no sentía por la palabra Arte la aversión que llegó a sentir después.

Arte es una palabra demasiado grande, demasiado llena, es una especie de saco donde metemos más y más cosas.

El Arte grandilocuente de lo sublime, en el que el artífice se eleva a la categoría de genio, constituye gran parte de lo estudiado como tal en occidente desde el Renacimiento hasta principios del siglo XX. Y diría que en realidad hasta hoy.

El Art Brut está en el otro extremo del saco. Es todo lo contrario a sublime, es íntimo; mira hacia el recoveco profundo en lugar de mirar hacia el Olimpo. Comparar el Art Brut con el Arte de los genios y las grandes obras maestras, es como comparar el Jazz con la Ópera.

Dubuffet llegó a definir las obras de Art Brut como trabajos ejecutados por personas indemnes a la cultura artística.

Él no era indemne. Estudió dos años en la escuela de Bellas Artes de Le Havre y seis meses en la célebre académie Julien. Y estoy segura de que durante años visitó museos y galerías, y de que continuó leyendo libros de arte. Esta formación no le pudo dejar indemne, por mucho que él quisiera.

Quizá sin esa cultura artística nunca se hubiera llegado a interesar por estas creaciones al margen de la corriente.

Estas manifestaciones, obras, trabajos, creaciones... fuera de convencionalismos y de academicismos, son estudiadas por académicos, artistas, licenciados, que se disculpan (nos disculpamos) por ser lo que somos, avergonzados ante el fruto desnudo y conmovedor de un alma sin cortapisas.

Nos sentimos tramposos, llenos de artificios, faltos de sinceridad... Pero no importa, no vayamos a ir contra nosotros mismos y a sentir aversión, como el otro... Y tomemos, explotemos, esa sinceridad íntima, esa intimidad sincera de aquella parte escondida que nunca ha sido alcanzada por el "así debe ser".

Gema Hernández

miércoles, 1 de septiembre de 2010

… Un conejo blanco

El título de esta entrada es una respuesta a la pregunta que plantea el título de la película documental ¿Qué tienes debajo del sombrero? que Lola Barrera e Iñaki Peñafiel dirigieron en 2.006.
El conejo blanco no es otro que la artista Judith Scott, responsable en gran parte, del interés de este clan por el Art Brut, y que nos guió (y sigue haciéndolo) por sus extrañas grutas, como a Alicia el suyo.

Cuando ví esta película por primera vez, no pude dejar de sentir que el comportamiento de los enfermos y su trabajo tenía mucha más consistencia moral que el del personal en torno a ellos. La sensación subsiste un poco todavía. Me siguen pareciendo más coherentes y afianzados en la realidad ellos, con sus torpes movimientos y sus quehaceres, que toda la plétora de médicos, psiquiatras y galeristas, que revolotean a su alrededor con una laxitud, en contraste insoportable. Excepción sea hecha de algún instructor, que a pesar de estar cuerdo y sano, se expresa como una persona bastante lúcida.

En cuanto a Judith Scott, su misma manera de pelar un plátano atestigua que hace las cosas a su manera. Esa urgencia por juntar objetos, enmadejarlos todos juntos y asegurarse de que no se suelten, de protegerlos, de amortiguarlos de los golpes, de esconderlos en un abrazo apretado de lana y cintas, le sobreviene seguramente debido a su sordera congénita, ya que no dispone de lenguaje (ni siquiera del de signos) para envolver la realidad, para rondarla, domesticarla y suavizar sus aristas. Exactamente como hace con su cabeza; atarla y fijarla con una bufanda y luego el sombrero, a salvo de las miradas indiscretas y de quien pudiera arrebatarle lo que tiene y lo que es. A pesar de no poder nombrarlo para fijarlo, lo puede retener así, simbólica y literalmente, debajo del sombrero.

El artista tetrapléjico Carl Hendrickson tiene también una obra interesantísima. Casi no puede moverse, pero lentamente y con ayuda del maestro, se fabrica sillas y una pequeña casa a la exacta medida de sus proporciones y movimientos. El mundo no le acoge, así que, como un caracol, construye lenta pero eficazmente una concha que le ampare.

Por último, el pimpollo que sale al final también merece mención especial. De esos que ostentan la credencial de artista como si fuera un título aristocrático. Genial. En su sonrojo podemos vernos retratados nosotros un poquito.

Raquel Reinoso


¿Qué tienes debajo del sombrero?
Lola Barrera e Iñaki Peñafiel, 2.006